MARRAKECH “LA HIJA DEL DESIERTO”
Viajes - Visitas a Lugares


Marrakech fue la capital del gran imperio bereber de los almorávides primero y de los almohades después. Ostenta la plaza más famosa de todo el Magreb, la animadísima Djema el Fna, un auténtico espectáculo continuo y espontáneo, constituido por los innumerables vendedores ambulantes que se reúnen aquí a todas horas, ofreciendo especias, hierbas medicinales, comida, vestidos y los objetos más inimaginables.

Y, por la tarde cuando las temperaturas se hacen menos asfixiantes, aparecen los encantadores de serpientes, los magos y adivinos, los danzarines que bailan al son de de los antiguos instrumentos musicales y los monos, que te quitaran las gafas, gorro etc.   que se te subirán encima, en fin un encanto o engorro, según los mires. Puestos de zumos, especias de menta etc.

Lo mejor de esta plaza es la trasformación que va sufriendo en el transcurso de las horas, con el atardecer al caer la noche en la  plaza, desaparecen los tenderetes y se llena de puestos de comida, puestos de buñuelos y pinchos de carne, dónde poder cenar y músicos que nos deleitaran la cena.


La plaza de Djema el Fna es el  signo de la ciudad y el no visitarla es como no estar en Marrakech. Continuamos para ver el resto de la ciudad imperial,  que nos despierta las sensaciones y los sentimientos más diversos, la ciudad es un auténtico y exótico sueño de colores rojo y ocre, gracias a su laberinto de calles y plazas.

La madrasa de Ibn Yusuf  o Medersa Ben Youssef (la mayor de Marruecos)  fundada en el siglo XIV y reconstruida en el siglo XVI,  en la que se pueden alojar hasta novecientos estudiantes en sus 132 habitaciones, es un edificio de gran finura arquitectónica y pureza estilística. Su minarete de 40 metros se distingue por sus cerámicas verdes luminosas.


Destaca por su peculiar relevancia arquitectónica el minarete de la mezquita de la Kutubiya del siglo XII: se trata de una torre de unos 77 metros de alto que presenta diferentes decoraciones y una estructura de sorprendente ligereza. Las comparaciones son odiosas pues dicen que se parece a la de Sevilla. El minarete es el símbolo de la dinastía de los Almohades e icono espiritual de la ciudad. La entrada está prohibida para los no musulmanes pero merece la pena acercarse para ver como los fieles se lavan en las fuentes de abluciones.

Otro símbolo de la ciudad es el mausoleo de Yusuf Ibn Tashfin, el fundador de Marrakech, muerto en 1106, y la mezquita de la kasbah, decorada con cerámicas esmaltadas. Desde esta última se accede a las tumbas de los saditas o sadide, la dinastía reinante entre mediados del siglo XVI y mediados del siglo XVII. Aquí, entre otros soberanos reposa Ahmed al-Mansur, en un túmulo de mármol coronado por una cúpula de cedro dorado sostenida por doce columnas.

Este soberano ordenó la construcción del Palacio de Badi, una esplendida obra de imponentes dimensiones. Este palacio construido a final del siglo XVI por el sultán Said Ahmed el-Monsieur Saudí para celebrar la vitoria sobre las tropas portuguesas en 1578, en la batalla conocida como “La Batalla de los Tres reyes”


Digno de visitar es el Palacio de la Bahía, construido en el siglo XIX, obra de arquitectura marroquí, como en la mayoría de los palacios árabes.  En el interior jardines, patios abiertos y habitaciones decorados con celosía fina de piedra y techos de cedro.

Marrakech, rebosante de exotismo, intensidad y tradiciones, hace que tu visita no te deje indiferente. Decídete a conocerla


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